Economía y sociedad en APEC: Transiciones poscovid-19
Al inicio de la tercera década del siglo XXI, uno de los principales riesgos para la sociedad internacional es el cambio climático. De acuerdo con los reportes científicos, el incremento de la temperatura tendrá efectos negativos en el medioambiente y en los recursos naturales, mismos que van desde el deshielo de los glaciares; el incremento en la frecuencia e intensidad de los huracanes; las sequías, olas de calor, inundaciones; la acidez de los océanos y la desertificación de la tierra, entre otros efectos (Intergovernmental Panel on Climate Change, IPCC, 2021). La peculiaridad de estos fenómenos es que, además de los efectos inmediatos que generan muertes, heridos y daños económicos, son sucesos que impactan negativamente a la producción de alimentos y complican, en el mediano y largo plazos, la seguridad alimentaria.
De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), en cuanto a la producción agrícola, el cambio climático tiene dos tipos de impactos: 1) Los directos, que son los efectos ocasionados por una modificación en las características físicas, como los niveles de la temperatura o la distribución de las lluvias. 2) Los indirectos, que afectan la producción y desarrollo agrícola de alimentos por alteraciones en especies de insectos, como polinizadores, plagas, parasitoides y especies invasoras (FAO, 2015). Siendo estos últimos más difíciles de evaluar por la diversidad de parámetros y todos los factores que interactúan.
La importancia de analizar la seguridad alimentaria en este contexto es que, existen lugares del planeta que no cuentan con suficiente producción agrícola, pues en 2020 un estimado de entre 720 a 811 millones de personas padecieron hambre (768 en promedio) en todo el planeta. Y es que la pandemia de covid-19 complicó la situación económica y la distribución de alimentos en todo el mundo, puesto que en 2020 la cantidad de individuos que sufrieron hambre se incrementó a 118 millones más que en 2019 (FAO et al., 2021). Las circunstancias se han complicado aún más, pues la guerra entre Rusia y Ucrania está golpeando al sistema alimentario global, ya que juntas estas naciones suministran 12% de las exportaciones de cereales y semillas (las de Ucrania ya se han detenido y las de Rusia están en riesgo). Por otro lado, el precio del trigo subió un 53% a principios de año y después de que la India anunciara, en mayo de 2022, que suspendería sus exportaciones por las olas de calor, el precio se incrementó un 6% más (The Economist, 2022).
Lo evidente en este caso es que, tanto la crisis sanitaria como las guerras, han puesto en evidencia la interconexión de los temas actuales de la agenda internacional, pues la covid-19 no solamente mermó la salud y causó muertes, sino que también impactó a la economía, incrementó el número de personas que sufrieron algún nivel de hambre, aumentó el número de pobres, afectó la calidad de la educación y disminuyó el nivel de vida de un porcentaje importante de la población (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y Oxford Poverty and Human Development Initiative (OPHI), 2021). Situación similar ocurre con la guerra.
Se espera que en el corto plazo una negociación diplomática solucione el conflicto entre Ucrania y Rusia. En cuanto a la covid-19, a poco más de dos años de sobrellevar la pandemia, las medidas sanitarias y de restricción se han reducido —desaparecido en algunos países— producto de la aplicación de las dosis de vacunas y la subsecuente disminución del número de contagios. No obstante, aunque amenazas globales vayan y vengan, el cambio climático continúa como un riesgo permanente, por lo que, si no se le pone freno a las causas que generan el incremento de la temperatura, ésta continuará afectando, entre otras cosas, la producción de alimentos.
13 febrero, 2023 por Ana B. Cuevas Tello