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Aproximación desde la justicia climática.

Se analiza en este artículo el papel de China y México en cuanto a la responsabilidad y vulnerabilidad climática desde el enfoque de la justicia climática. Se propone como hipótesis que ambas naciones son causantes y víctimas de los efectos adversos del cambio climático, y que la vulnerabilidad puede reducirse a través de las medidas de prevención y adaptación en sus respectivos territorios. Con base a un análisis de investigación documental comparativa, se concluye que, frente a la justicia climática China tiene una responsabilidad importante por el incremento de los GEI. A pesar de que ambos países poseen alta vulnerabilidad frente a los desastres naturales, China tiene una resiliencia climática mayor debido a la capacidad de respuesta del gobierno, la cual se basa en una serie de políticas de adaptación estructuradas y presupuesto económico asignado; mientras que México disminuyó los fondos económicos de los programas de prevención y adaptación frente a los desastres naturales, y sus estrategias de logística no son claras.

A más de dos años del reporte de los primeros brotes de neumonía SARS-CoV-2, mejor conocida como COVID-19, la sociedad internacional ha enfrentado un escenario extraordinario de altas y bajas por el profundo nivel de incertidumbre, dolor y pérdidas — tanto humanas como económicas— que la pandemia trajo consigo. A finales de septiembre de 2021, pese a un considerable avance en la aplicación de las vacunas a nivel mundial, el saldo de esta crisis sanitaria es al día de hoy de poco más de 247 millones de personas contagiadas y casi 5 millones de fallecidos (Johns Hopkins Coronavirus Resource Center, 2021).

Por otro lado, la baja actividad económica y el cierre de las fronteras como resultado de las medidas de confinamiento, generaron una contracción económica a nivel mundial de -3.5% en 2020 respecto a 2019 (World Bank, 2021). Este hecho fue reflejado en el cierre de empresas, pérdida de empleos e incremento de la deuda mundial, mismos que mermaron la calidad de vida y nivel de bienestar de un considerable porcentaje de la población global. Además de la atroz combinación de la amenaza sanitaria y el riesgo económico, en 2020 la humanidad también se vio expuesta a vivir uno de los años más calurosos registrados en el planeta. De acuerdo con la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA, por sus siglas en inglés) ese año empató, con 2016, como el más caliente desde que se tiene registro de la era preindustrial (NASA, 2021a). Es decir, la alteración de la temperatura global no se detuvo por el hecho de que el mundo estuviera sufriendo una pandemia.

Las altas temperaturas fueron más allá de la ausencia de un mayor número de días frescos, pues vinieron acompañadas de desastres naturales y movientos sociales, que incrementaron, aún más, las pérdidas humanas, la incertidumbre y el dolor que ya había entre la población. De acuerdo con la Emergency Events Database (EM-DAT) del Centre for Research on the Epidemiology of Disasters de la Universidad Católica de Louvain, en 2020 ocurrieron 389 desastres naturales, entre los que destacan huracanes, inundaciones, incendios forestales, olas de calor y sequías, entre otros. En ellos murieron 15,284 personas y 98.5 millones resultaron afectadas, generando un costo económico de 172,979,186 miles de dólares (Centre for Research on the Epidemiology of Disasters, 2021a). Simultáneamente, durante el 2020, 40.5 millones de personas cambiaron su lugar de residencia, 75.8% por desastres naturales y 24.2% por conflictos y violencia (Internal Displacement Monitoring Centre, 2021).



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21 octubre, 2022 por Ana B. Cuevas Tello